domingo, 10 de mayo de 2015

Publicación de Carlos Peña



En la sección “Artes y letras” del diario “El Mercurio” de ayer, Carlos Peña es entrevistado por motivo de la publicación de su libro “Ideas de perfil”. Aquí apunto algunas de las líneas que más me interesaron, la cuales me gustaría destacar.

“La masificación de la vida, el fracaso de los grandes relatos y los nuevos medios cambiaron las condiciones de la esfera pública; ahora el intelectual debe ser capaz, si quiere influir, de hablar el lenguaje de la comunicación masiva. En esto sigue valiendo el consejo de Ortega: el intelectual debe ser capaz de ser aristócrata en la plazuela; es decir, en los medios, capaz de hablarle a todos. Esa es la única que la mera indignación sea sustituida por la reflexión; la queja moral por diagnósticos e ideas, y los gritos por el dialogo.”

D.S.: En la lista hay solo un pensador derechamente cristiano, Ratzinger, aunque es un invitado relevante que esta puesto al último, a manera de conclusión, haciendo coincidir su diagnóstico de la sociedad capitalista actual con el pensamiento de Zizek.¿Más allá de esta coincidencia –la falta de límites para ejercer la libertad que hace que está no tenga un “telos”, un sentido- no hay más de esa corriente de pensamiento a la modernidad?

C.P.: Bueno, Kant también era conscientemente cristiano. Y Ratzinger me parece a mí que representa mejor que ningún otro un aspecto fundamental del problema contemporáneo: la necesidad de contar con un sentido sin sacrificar el pluralismo”
“Hoy día por ejemplo cuando parte de la sociedad –los jóvenes, algunos intelectuales-se rebelan contra la naturalización de la vida, contra la creencia en que el modo de vida que tenemos es el único posible, están mostrando también que ese anhelo de autonomía colectiva sigue inspirando. Cambiar las cosas, mejorar el mundo que tenemos en común, requiere un horizonte normativo que oriente el esfuerzo.”

“El problema de la ideología del mercado autorregulado que favorece el imperio total de la técnica, y ocurre (como sugiere Schmitt y con él Weber) que la técnica no es capaz de producir sentido. El resultado entonces es una naturalización de la vida, donde todo parece regirse por leyes que sólo podemos inteligir, pero no cambiar, y donde la política es sustituida por las políticas públicas, y el político, por el experto."

“A pesar de que Freud no fue muy dado a reconocer sus deudas, declaró alguna vez que “todo se lo debía a Spinoza”. ¿Por qué? La razón deriva del hecho que Spinoza siempre pensó que la única libertad que estaba a nuestro alcance era lo que él llamaba ”la comprensión  de la necesidad”. No podemos escapar, pensó Spinoza, a la gran cadena de la causalidad de la que nosotros y nuestros actos no eran más que un eslabón; pero sí somos capaces de entender nuestra posición en ella. Y cuando esa comprensión se alcanza, las pasiones que nos agobian se transforman en afectos.”

D.S.: Usted sugiere que Wittgensttein y Russell –dos pensadores lógicos y cercanos a la filosofía del lenguaje- pudieron encontrar en “lo religioso”, especialmente el primero de ellos, una salida de dudas y el enjaulamiento que plantean los límites del conocimiento racional. ¿Cuál es la relevancia de este punto de vista en la actualidad?

“Russell quiso fundar las matemáticas en la lógica. Ese esfuerzo tenía para él un sentido casi religioso: era una forma de acreditar el orden y el sentido del mundo. Pero no fue posible. Sus investigaciones, que compartió con Frege, lo llevaron a la conclusión de que ni siquiera las matemáticas, la forma de discurso y de conocimiento que la cultura humana llegó a tener como más fiable y más segura, podían eludir la inconsistencia, un incómodo vacío. La famosa paradoja de las clases –una versión sofisticada de la paradoja del mentiroso: todas las líneas de esta entrevista son falsas- mostró a Russell que el tranquilo cielo que habían soñado “los santos y los poetas” no se encontraba en las matemáticas, el refugio al que había escapado de la soledad. Wittgenstein, hasta cierto punto su discípulo, tuvo también una aguda conciencia de esa ruptura y de ese vacío. Tanto el “Tractatus lógico-philosophicus” como las “Investigaciones filosóficas”, su gran testamento, compartieron una misma convicción: somos seres atrapados en el lenguaje, que es a la vez nuestra casa y nuestra prisión.  El mundo-tal-como-es-en-sí-mismo, y el sentido que lo orienta, está fuera de nuestro alcance. El resultado es que la condición humana arrastra un resto un residuo fracturado, un vacío que la cultura trata de llenar y al que quizá sólo  podemos asomarnos mediante el silencio, como sugirió Wittgensttein, o mediante el sueño de los santos y los poetas, como dijo Russell. No es posible comprender la literatura contemporánea –pienso en J. Butler, Zizek, Badiou, Putnam- sin conocer esos puntos de vista”

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