Revisando el blog de Gonzalo León (gozaloleon.blogspot.com) encontré
un texto titulado “Memoria y percepción”. En este texto analiza ciertos
aspectos sobre la memoria, los recuerdos y la objetividad de la Historia. Me
gusta la prosa de Gonzalo. Además de lo que publica en su blog he leído los
libros “Un imbécil leyendo a Nietzsche” y “Vida y muerte del doctor Martín
Gambarotta”. Sus textos son entretenidos, dinámicos y son singularísimos. Pero
lo más importante es que poseen una identidad narrativa que permite reconocer
su prosa. Si les gusta la literatura, vayan y lean a Gonzalo León…
Aquí les dejo el texto que mencionaba en un comienzo:
Memoria y percepción
Publicado en Revista Punto Final
En El alma de Gardel, Mario Levrero ensaya su concepción de
cómo se almacenan los recuerdos; para él lo que retenemos en la memoria a modo
de un solo recuerdo puede ser una selección o mejor un compendio de dos o más
recuerdos, por lo que no existe fidelidad en ello: “Qué garantía, pues, tendrá mi
lector de la fidelidad de este relato que es, él, pura memoria y sólo memoria.
Pero qué garantía tenemos, todos, de la fidelidad de un libro de Historia, o
siquiera de las noticias de un periódico”.
Para Levrero todo recuerdo es Historia o Literatura, y así como uno en
un momento puede ser Literatura en otro puede ser Historia.
El escritor, amigo y académico José Leandro Urbina me decía
hace un tiempo que lo que consideramos Historia es una suma de información que
damos por verídica y que sacamos de cartas, crónicas, cuadernos de viaje,
noticias de periódicos, es decir la verdad histórica sería la procesación de
una serie de subjetividades que alguien le otorga una objetividad. Entonces
cuando decimos “esto es histórico” o “está en la Historia”, no apelamos
necesariamente a la verdad del “así fueron las cosas”, sino a un modo en que
queremos o aspiramos a comprender esas cosas. Por eso lo que en un momento es
Literatura al otro puede transformarse en Historia.
¿Pero
hacia dónde huyen los recuerdos o más precisamente en qué momento se convierten
en Literatura? ¿Dónde está la grieta por donde todo se cuela? Aldous Huxley nos
propone una respuesta: “Nos escapamos a los recuerdos como nos refugiamos en la
ginebra”. Huxley sugiere que entregarse a los recuerdos no significa en modo
alguno trabajar con la verdad del “así fueron las cosas” y plantea un ejemplo
para demostrarlo: “Cuando se ha estado a punto de ahogarse, uno recuerda quién
lo salvó, no a los espectadores del muelle”. Lo que intenta señalarnos el autor
inglés es que en la selección de los recuerdos opera una arbitrariedad que nada
tiene que ver con la realidad. En otras palabras, al intentar organizar la
realidad con los recuerdos lo que hacemos es abrir la grieta de la invención.
Fogwill,
por su lado en su libro póstumo La gran ventana de los sueños, indaga en los
procedimientos en los que uno recuerda los sueños y concluye que ni la
narración con la que recordamos ni menos los colores ni muchas de las sensaciones
de los sueños son propios del material onírico, sino más bien de una noción que
tenemos de lo onírico, y esta noción está asociada a procedimientos lógicos.
Aplicamos la narración de las fábulas o microcuentos con clímax, epílogo y
final a todo, incluso a lo que carece de narración. Estos procedimientos
lógicos se aplican de manera inconsciente para no tener que explicarnos,
sugiere Fogwill, esos otros procedimientos que suceden cuando soñamos. Aquí, al
igual que en la selección y en la fidelidad de los recuerdos, se cuela la
invención, la ficción.
En la
edición anotada de El Quijote, que hace algunos años reeditó Alfaguara, hay una
discusión entre Sancho y su mujer, en ella Sancho le dice algo así como mujer,
no estás en tus siete sentidos. Por muchos años muchos creyeron que Sancho
había incurrido en un error, que su diálogo era producto de la ignorancia, de
la exageración o del absurdo, pero en la reedición se aclara que en la época de
Cervantes los sentidos eran siete: además de los conocidos estaban el sentido
común y la memoria. Si ponemos a la memoria en el nivel de la percepción, como
la vista, el tacto o el oído, y no en el registro fidedigno de los hechos, nos
daremos cuenta de esto: recordar es una percepción, y por tanto una operación
subjetiva.
En este
punto podría aventurarme a dar un ejemplo personal de cómo he recordado o
registrado ciertos hechos. Para el golpe militar acababa de cumplir cinco años
y caminaba de la mano con mi madre por Avenida Pedro Montt, en Valparaíso; el
recuerdo es vago, pero podría asegurar que era esa calle y no otra, y que
cuando fuimos a cruzar Avenida Francia observé a un militar que levantaba su
fusil en la esquina, mi madre entonces me tomó con fuerza de la mano. No pasó
nada. Quiero decir que mi recuerdo es justo antes de ese cruce y finaliza justo
después que mi madre me tomó con fuerza de la mano. Algunos dirán que los
recuerdos operan así a los cinco años, es decir como centellazos, y que sólo
con el tiempo cobran un sentido más amplio. ¿Pero por qué no pensar que los
recuerdos operan siempre así: a los cinco, a los diez, a los veinte, a los
cuarenta? O más sencillamente: ¿por qué asumimos que mientras más larga la
narración más fidedigna es?
Una breve narración de cualquier recuerdo puede ser más
fidedigna que una extensa narración de otro, porque precisamente la extensa
narración necesita mayor intervención, mayor proceso. Y aquí no hablo de
Literatura, que para el caso vendría a dar lo mismo (breve o extensa narración
versus fidelidad de la historia), sino de recuerdos que registramos en un
proceso que, como dice el último párrafo de El alma de Gardel, podría resumirse
básicamente en “memoria y percepción”.
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